Escrito por el maestro Samael Aun Weor
Narración por Parsifal Flores Aguila
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Incuestionablemente la humanidad terrestre ha pasado
por diversas fases de desenvolvimiento, y esto es algo que
debemos analizar juiciosamente.
Se habla de la evolución mecánica de la naturaleza, del hombre
y del Cosmos. Desde el punto de vista antropológico hemos
de comprender que existen dos clases de evolución. La
primera se iniciaría obviamente con la cooperación sexual
debidamente comprendida en todos y cada uno de sus
aspectos. La segunda es diferente. Incuestionablemente, en
principio la raza humana se multiplicaba en la misma forma
en que las células se multiplican. Bien sabemos nosotros que el
núcleo se divide en dos dentro de la célula viva, que
especializa una determinada cantidad de citoplasma y
materias inherentes para formar células nuevas. Las dos se
dividen a su vez en otras dos, y así, mediante el proceso
fisíparo, diríamos, de división celular, se desarrollan los
organismos, se multiplican las células, etc.
Si en principio los andróginos se dividían en dos, o en
tres individuos, para reproducirse, más tarde todo eso
cambió y hubo de prepararse el organismo para reproducirse
posteriormente mediante la cooperación sexual. Obviamente
fue en la Lemuria, continente situado otrora en el océano
Indico, donde se realizaron los principales aspectos
relacionados con la reproducción.
En principio, los órganos creadores, el Lingam-Yoni, no se
había todavía plenamente desarrollado. Se hacía necesario
que estos órganos de la especie cristalizaran totalmente y
se desenvolvieran, a fin de que más tarde, en el tiempo,
pudiera realizarse concretamente la reproducción de la
especie humana mediante cooperación sexual. Así que,
conforme estos órganos masculino-femenino se fueron
desarrollando, ya no diríamos en el ser humano meramente
andrógino, sino hermafrodita, se sucedieron hechos bastante
interesantes desde el punto de vista biológico y
psicosomático.
La célula fertilizante, por ejemplo, lograba hacer contacto con
el óvulo y así tal célula-átomo se desprendía del organismo
del Padre-Madre para desarrollarse y desenvolverse. Como
consecuencia o corolario, mediante procesos muy
delicados, devenía luego una nueva criatura.
El segundo aspecto de esta cuestión fue también bastante
interesante, si bien es cierto que en principio gérmenes
vivientes se desprendían como radiación atómica para
desarrollarse exteriormente y convertirse en nuevas criaturas.
En el segundo hubo cierto cambio favorable. Podría decirse
que el huevo fecundado, el óvulo que normalmente el sexo
femenino elimina de sus ovarios cada mes, tenía cierta
consistencia extraordinaria, era ya un huevo en sí mismo, en
su constitución intrínseca. Un huevo fecundado interiormente
dentro del Padre-Madre, dentro del hermafrodita, un huevo
que al salir al mundo exterior podía desenvolverse o
incubarse, hasta que al fin se abría para que una
criatura emergiera de allí, criatura que se alimentaba con los
pechos del Padre-Madre, y esto de por sí ya es bastante
interesante.
Mucho más tarde en el tiempo, fue notándose que ciertas
criaturas devenían a la existencia con un órgano más
desarrollado que otro. Al fin llegó el momento en que la
humanidad se dividió en sexos opuestos. Cuando esto
sucedió, cuando esto acaeció, entonces se necesitó la
cooperación sexual para crear y volver nuevamente a crear.
Las genealogías de Haeckel, con respecto al posible origen
del hombre y, nuestras tres razas primordiales, no encajan
dentro de la antropología materialista que hoy en día invade
al mundo. Desgraciadamente son en verdad el hazmerreír
de los antropólogos materialistas, enemigos de lo divinal.
Ellos se burlan por igual, tanto de la genealogía de un
Haeckel o de las genealogías para hablar en plural.
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