Las experiencias que vivimos, buenas y malas, tienen una forma extraña de quedarse con nosotros. Algunas se sienten como un premio de lotería, y otras como una maleta que llevamos a cuestas, llena de recuerdos incómodos. ¿Son una suerte o un lastre? Quizá ambas cosas. Porque esas experiencias, incluso las que nos duelen, también nos enseñan, nos transforman y nos preparan para lo que viene. A veces, el desafío está en decidir qué hacemos con ellas: dejarlas ser un peso, o usarlas como un recordatorio de lo lejos que hemos llegado. Al final del día, cada experiencia es solo una pieza más en el rompecabezas de quienes somos.