La Segunda Guerra Mundial demostró la magnitud aterradora que es capaz de alcanzar un conflicto armado, el nivel de demencia a que puede llevar el odio entre los seres humanos. La gente moría a la vez en Noruega y en Birmania, en el ardiente desierto libio y en las heladas trincheras rusas: los ejércitos se adaptaban a cualquier territorio y a cualquier clima con tal de seguir matando.