Juzgar a los demás puede tener consecuencias tanto espirituales como personales. Jesús enseñó que antes de señalar las fallas ajenas, debemos examinar nuestro propio corazón (Mateo 7:1-5). Juzgar con dureza genera división, orgullo y falta de misericordia, alejándonos del amor y la compasión que Dios nos llama a practicar. Además, al asumir el papel de jueces, corremos el riesgo de ser juzgados con la misma severidad (Lucas 6:37). En lugar de condenar, la fe nos invita a edificar, perdonar y guiar con humildad y amor.