El “síndrome de hubris” tiene que ver con sentirnos superiores a los demás. Cuando esto pasa, distorsionamos nuestra verdadera identidad y nos volvemos arrogantes y petulantes. Pero la arrogancia es un equipaje que Dios no quiere que llevemos a cuestas. Recordemos que Él odia la arrogancia con la misma intensidad que ama la humildad. Dios ofrece Su amor tanto a los justos como a los pecadores, a los creyentes como a los incrédulos, a los aventajados y a los desfavorecidos por igual. Él rompe las reglas para encontrar a quienes quizá no califican socialmente, pero sí califican espiritualmente.